sábado, 28 de noviembre de 2009

Una vieja canción que nos lleva a épocas alegres

CHRISTOPHER



Linterna, linterna,
Sol, luna y estrellas
Arde, luz mía
Arde, luz mía
Pero sobre todo, no mi linterna.



Voces de niños cantaban con júbilo una tarde cualquiera mientras sus madres hacian la colada y sus padres bebían una copa. El día había arrastrado a las nubes hasta nuestros pies y contentos brincabamos sobre ellas, salpicando su líquido en nuestras ropas. Dos niños  - una chica y un chico -  de pocos años de edad pero lo suficiente grandes como para mentirle a los extraños al decir que tenían diez años y que sabían andar en cuatro ruedas, estaban sentados compartiendo la galleta que con su dinero compraron.

Miré a los niños por un momentos. Ahí estaba el chico que de grande estaría encerrado en un uniforme y ahí estaba la chica que terminaría acorralada en un callejón con un alemán frente a ella. Para esto, solo pasarían diez años.

- ¿Naomi? -
La judía respondió con una dura mirada elaborada cuidadosamente con todos los sentimientos existentes para la ocasión.

- Naomi, por favor.-
supliqué tomando sus manos frías y abrazandolas con las mías. Naomi chilló sorprendida y su respiración era agitada. Esto lo sé pues estaba tan cerca de ella, que si estuviera yo en su lugar.. talvez haría lo mismo. Tras este último pensamiento, dí dos pasos hacia atrás.

 Linterna, linterna,
Sol, luna y estrellas
Enciérralo, el viento,
Enciérralo, el viento,
Debe esperar que estemos en casa.



Los dos niños miraban a otro grupo de su mísma edad (la real, no la ficticia) practicar para el desfile de San Martín. Llevaban linternas y sonrisas de oreja a oreja. Me acerqué a aquellos niños y escuché diversas conversaciones que surgieron al caer uno de ellos a un gran lodazal. El chico rubio de ojos azules se levantó con su ropa sucia en barro y como si nada pasase la canción siguió adelante.
Una risa me recordó a ella.

- Eres un nazi.-
Naomi apenas pudo decirlo y verme los ojos. Se sentía intimidada pero aún así, yo estaba seguro que ella no se iría. La palabra Nazi era evidentemente lo que le atormentaba mas que nada. Ella no comprendía que me dolía a mi también y que haría todo por regresar atrás a esos días donde compartíamos y cantábamos una vieja cancion que nos remonta a épocas alegres.

Me acerqué a ella y con mi pobre voz le canté al oído el último verso. Ella reaccionó de manera temerosa, pero al escuchar cada palabra.. se quedó quieta.

Linterna, linterna,
Sol, luna y estrellas
Quédate luminosa, linterna mía
Quédate luminosa, linterna mía,
Sino, mi querida linterna no luce.

Con esto, no solo pedía perdón.. también hacía una justificación.



domingo, 25 de octubre de 2009

Cara A Cara

NAOMI


- Naomi, deberías ir a la cama ya.

- Mamá, aún no tengo sueño, ve tú.

Mi madre me miró con cara de preocupación pero se fue a dormir sin protestar. Estos últimos días no he conseguido dormir nada, la verdad es que no sé muy bien por qué o quizás no quiera reconocerlo. Cuando cierro los ojos viene a mi mente el ayer, esos tiempos de antaño en los que era una niña que nunca pensó que esto pudiese ocurrir.

Lo extraño es que ya tengo asimilado esta guerra, el que podamos morir pero soy incapaz de entender por qué ocurre todo esto. ¿Por qué el hombre hace esto? Ambición. Sí, esa es la respuesta pero sigo sin entenderlo cómo pueden ser tan crueles, tan indiferentes a esta masacre…

- ¿Puedes venir un momento?

- Sí, claro. ¿Qué es lo que pasa?

Milred había aparecido sin hacer ruido y me indicaba que la siguiera pero en silencio. Me llevó por callejones de cuales pienso que son los más estrechos y oscuros que he visto nunca. Iba deprisa como si algo la atrajese hacia aquel lugar, pero intentaba pasar por los sitios menos visibles y haciendo el menor ruido posible. Entrecerré los ojos pero aún estábamos muy lejos. Un campanario sonó doce veces indicando el peso de la noche. Mi amiga aprovechó ese ruido para aligerar el paso y andar más deprisa. Le pregunté qué pasaba una y otra vez pero ella no me contestaba, simplemente me ignoraba. Al final de la última calle se divisaba una silueta pero no conseguí identificarla.

- ¿Quién es? Milred, por favor dímelo.

La agarré y la miré a los ojos, en ellos vi un destello que no supe identificar. No sé si era incertidumbre o temor pero a mí me dio mala espina y decidí volver a preguntarle, a lo que ella respondió con un silencio inquebrantable. Miré aquella silueta y de repente me di cuenta. Mi corazón empezó a latir a una velocidad poco normal, notaba como si se me fuese a salir del pecho.

Era un soldado. Un militar. ¡Un nazi!

- ¿Qué has hecho? Tenemos que salir de aquí, vamos corre.

Pero mis piernas no pudieron porque la voz del soldado me paralizó. El tiempo se paró, las nubes taparon la blanca Luna infundiendo más terror. No me podía creer que Milred me hubiese llevado hasta él sabiendo lo que sucedió. Mis ojos desprendían furia cuando la miraba a ella e impotencia cuando mis ojos se desviaban a aquella figura que avanzaba lentamente pero con decisión. Él se acercaba despacio, como tanteando la citación.

- No lo entiendes, él no quiso…

- ¿Qué es lo que no entiendo? – chillé - ¿Qué es lo que tengo que entender?

Seguí gritando hasta que llegó a mi altura y sus ojos claros atravesaron los míos, clavándose en mi alma como un hierro candente. Miedo. Gruesas gotas empezaron a caer desde el cielo, envidioso de mis ojos. Frío. Notaba su mano en mis labios, impidiendo que gritase. Impotencia.

Quedé atrapada entre Christopher y la pared.

- Por favor, te soltaré si me juras que no harás mucho ruido. ¿Sabes qué podrían hacerme si me ven aquí contigo?

- Pues seguramente ascenderte, eso es lo que ocurrió la última vez que te cruzaste conmigo.

- Lo siento, no quería… Sé que no me creerás y que pensarás que todo es mentira pero por eso vine aquí hoy, para hablar sobre lo que sucedió.

Me quedé mirándolo y supuse que me decía la verdad, que esta vez no me haría daño. Dejé que hablase. Tardó un poco en poner sus ideas en orden pero al rato habló:

- Nunca quise hacerte daño, ni lo pretendo. Aunque no puedas o quieras creerlo, no pude hacer nada más en aquella situación. Si hubiesen sabido que fui ayudarte me hubiesen matado. Sé que fue egoísta por mi parte pero fue lo primero que se me ocurrió en aquel momento, ahora lo pienso y no sé cómo pude ser tan mezquino.

Una de sus manos seguía en mi brazo pero ya no pretendía retenerme, ahora su tacto se me hacía cálido y suave. ¡Qué diferente era! Parecía otra mano en ese momento que la levantó para golpearme, ahora, simplemente, busca el perdón. Se quedó callado, mirándome, esperando una o una respuesta, pero yo no tenía nada que decir. Había escampado y volvía a verse la Luna y sus ojos brillaban de una forma especial. Pero me había defraudado. Le dirigí la más dura de mis miradas.

domingo, 30 de agosto de 2009

Fotografía

 CHRISTOPHER

 Aún tenía en mi mente, aquella gloriosa imagen de poder en la que yo era el personaje principal. Si bien ser cabo no es nada glamuroso, era un gran logro y un nuevo motivo para auto-superarme.

Aún sentía como mis ojos eran cegados por la luz incandescente de la cámara. Y el resultado: la peor foto que me han tomado. Pero no importaba, pues solo era una foto y un acto superficial y narcisista de la humanidad el preocuparse por como verse. Yo tenía esa horrorosa imagen en mi ''álbum personal de fotos exclusivas propiedad de Chris''. Este lo tenía desde que soy chico, justo después de que mi madre falleció. Y cuyo título no he cambiado desde entonces.

Estaba vestido en mi nuevo y más elegante uniforme de diario. Conducía mi auto en dirección a la casa de mi padre. Había pasado tiempo desde que lo ví en persona, y sinceramente estaba nervioso. Me sentía como un chiquillo esperando la Navidad, en pleno verano. Si bien no era ningún chiquillo, y no estábamos en verano, me sentía de esa forma. Pensaba en como hablarle, pues mi padre tenía un vocabulario bastante extenso, y cada vez que discutía sobre alguna opinión inteligente, terminaba perdiendo. Así era como ambos nos divertiamos, aunque suene aburrido.

- Padre.- sonreí y me acerqué a abrazarlo.

- Hijo.- mi padre recibió mi abrazo, y sin dudarlo me invito a pasar. La casa seguía igual desde hace cinco años. Mi padre se aferraba a sus cosas desde que murió Madre. Y aunque la casa estuviera igual, el cuerpo de mi padre era distinto. En su cabeza encontré canas que sobresalían en ciertos lugares. Estas combinarían las arrugas que aparecían en su rostro. Pero lo único en su cuerpo que me decía que no me había equivocado de casa, era su sonrisa. Tan blanca y ancha como siempre.

La criada nos sirvió café a ambos, mientras discutíamos sobre Los Estados Unidos.

- Hipócritos.- finalizaba mi padre después de echarse todo un monólogo sobre lo mal que era ese país. De pronto, ambos guardamos silencio. Mi padre acariciaba su mentón, mientras miraba el techo.

- ¿Pasa algo Padre?.- pregunté, tomando de mi café.

- Nada hijo mío, estaba pensando en que tan rápido pasan los años. Pareciera que ayer me decías que querías ser un marica escribiendo sobre...basura de escritores, y hoy te veo frente a mí hecho todo un Cabo.-

¿Marica? sentí eso como un golpe bajo. Por lo menos mencionaba mi puesto de Cabo, ya creía que lo había olvidado. Pero, ó no quería decirlo, ó había olvidado decir ''Felicitaciones hijo.. enhorabuena''.

- Supongo que no te habían gustado mis poemas, si ese es el caso, entonces bien por mi por alejarme de algo que no debía hacer.- era obvio que estaba algo enojado, mi expresión era firme y mis ojos estaban fijos en la taza ya vacía de café.

Mi padre me miró algo reservado, y sacó de su bolsillo un puro, y comenzó a fumarlo.

- Tienes tanto que aprender aún, por suerte tengo mis contactos. Si no fuera por mí, estarías como soldado limpiando las letrinas.-

- Talvez sea así, pero..- intenté probarle, que estaba equivocado. Pero me interrumpió.

- Pero nada. Deberías agradecerme por todos mis sacrificios.-

¿Sacrificios? ¡bah! yo era el único que los hacía. Hacía lo que el quería con tal de satisfacerle, y me quedaba callado.

- ¿No cree usted que soy bastante.. mayor para que me diga que hacer? Además yo no le pedí que hiciera todos esos favores por mí.-

Mi padre rió silenciosamente. El humo de su puro decoraba el contorno de su rostro, en un efecto bastante interesante. Acercó la caja en donde tenía los puros, y me ofreció uno.

- Algo esta pasando por tu mente, ¿qué es?.-

Le miro extrañado, su brazo estaba aún estirado, y me preguntaba sobre mí. Tomé un puro, y lo encendí.

- Es díficil. El otro día me encontré con una vieja amiga.-

Me puse de pie, mirando el paisaje desde la ventana. La casa de mi padre esta rodeada por un inmenso jardín. Mentiría al decir que mi padre pasaba horas arreglando el jardin en el recuerdo de mi madre, pero yo no estoy para mentir en este punto. Mi padre le pagaba a cinco jardineros para que decoraran el jardín, pues decia, que un gran y bien cuidado jardin era símbolo de riqueza.
Además que hacía de su no-tan-modesta-casa, una mansion rodeada de escombros, comparado con lo que era Berlin en ese entonces. Y lo qué más me llamaba la atención, era un pequeño terreno junto al jardín. Un lugar bastante decaído a compracion del verde - y bastante irreal - pasto del jardín de mi padre.

- ¿Se puede saber quien?.- mi padre se acercoó a mi, y juntos contemplamos el horizonte.

Tenía en mis labios, aquél puro cubano que este me había obsequiado. Trataba de verme elegante en el, y tratar de hacerle creer que sabía fumar como toda una celebridad, aunque quisiera tirar el puro a un lado y comenzar a toserle en la cara.

- ¿Sabes que bien te haria, si te apropiaras de aquel terreno? Me imagino algunas ovejas, blancas y negras, en aquel sitio. Ambas estarian sin problemas, pastando. Ambas traerian riquezas con su esfuerzo, y no habria problema alguno. ¿No crees? Digo, decorarías al mundo con tu increíble bondad al cuidar ovejas.-


Miré mi refejo en la ventana, y note el inusual brillo en mis ojos. Pero había algo extraño en aquel reflejo. En el reflejo veia a mi padre reir y apuntarme. Pero de reojo, note que fuera de este, el estaba bastante serio.


- ¿Y si las ovejas blancas rechazan a las negras por impuras?.- mi padre me vio a los ojos, con un leve gesto de no comprender.

- No hay razón para que lo hagan, pues..-

Mire el reflejo una vez más, y ahora mi padre tomaba ron con las criadas que estaban de fondo. Las besaba, y reía, mientras yo permanecia quieto frente a la ventana.

- No hay razón para que te inventes metáforas. Ahora dime, que por lo de las ovejas, viste a algun conocido.. ¿judio, talvez?.-

Me mordí el labio, y me alejé de la ventana. - Asi es. Este.. ehm..¿recuerdas a Naomi.. Weistern?.-

El mundo se congelo. Mi padre aplasó su puro contra el cenicero, y me tomo del brazo, alejandome de la vistan de las criadas.

- Christopher, he hecho mucho por ti, y no dejare verte caer de la noche a la manana. Recuerda esto: entre mil judios, no hay diferencia alguna. Todos son el estiércol de dios sobre Alemania, y debemos deshacernos de ellos, o apestaremos a ellos. Y aunque tengas que matar a miles de ellos, debes verlos como son, no como los que fueron tus amigos.-

Me quede perplejo, mi mirada esta fija en los zapatos italianos de mi padre, cuando este levanto mi rostro.

- ¿ Me entendiste?.-
y solo me quedo decirle que si.

Estos sucesos me atormentaron ya en cama. No podía dormir, y así menos podría intentar soñar.
Me levanté como si fuese un zombie, y caminé por los pasillos oscuros en mi pijama. Bajé las escaleras del sótano, y busqué en todas las cajas, recuerdos.

Años estaban sepultados bajo el polvo y el cartón. Encontré cosas que mis ojos cansados no pudieron reconocer. Pero finalmente, encontre una vieja fotografía.

El tiempo ya había atacado cruelmente a esta fotografia, pues ahora estaba amarilla y roida. Aun así, podia reconocer los rostros. Yo era muy joven, era poco antes de que mi madre enfermara y muriera. Estaba sucio, y junto a mí,una chica delgada de cabello rojo me sonreía de oreja a oreja. Naomi.

Sonreí al recordar los viejos tiempos, cuando se me ocurre voltear la fotografia. Habia un texto, escrito en cursiva. No era una letra cursiva perfecta, pues era de la mano de Naomi chica.

Chirstopher Hoffman. y Naomi E. Weistern
Agosto 18 de 1939, Berlin, Alemania.
  
Querido Chris, te dedico esta fotografía pues somos amigos y siempre sera así.
Aunque te vayas a vivir Muni-cosa, siempre contarás conmigo.

Con mucho mucho amor, Naomi.
Guardé la fotografía en el bolsillo de mis pijamas, y despacio para no despertar a nadie, llegué a mi cama, y en paz, pude cerrar los ojos. Una vez más, trataría de soñar y recordar.

sábado, 15 de agosto de 2009

Día a Día

NAOMI

Hoy parece un día tranquilo, creo que los soldados tienen frío y por eso no salen de su maldita guarida. Yo también lo haría, lleva dos días nevando sin parar y la temperatura parece descender por minuto. Sin embargo, el día no lo oscurece sólo las nubes sino el humo de incendios. Además el aire está plagado de gritos y el rugido de armas y granadas.

Lo que daría yo ahora mismo por una chimenea y poder olvidarme de todos los problemas, pero nosotros lo único que tenemos son disgustos: el otro día mi abuelo pensaba que estaba en nuestra casa de campo, salió a la calle y fue a hablar con unos soldados, lo que le costó una paliza por parte de ellos. Mi madre cuando lo vio llegar a casa rompió en llanto. Nunca había visto llorar a mi madre pero, desde que llegamos al Guetto, llora casi a diario. Ha cambiado, casi todos hemos cambiado, lo únicos que siguen igual son los mellizos. Siguen igual de activos, en realidad son la luz en tan oscuros momentos, ellos nos hacen olvidar que mi hermano no ha conseguido vender queso alguno, que no nos queda casi dinero y que nos alimentamos a base de sopa y papas.

Mi padre nos cuenta sus batallitas de cuando estaba en el ejército con ojos soñadores, pero nunca nombra cómo quedó lisiado de su pierna izquierda. Sin embargo, la mayoría del tiempo la pasamos pegados a la radio, intentando enterarnos de cómo va la guerra ahí afuera.

Este es nuestro día a día, luchar contra el frío, la impotencia y la rabia. Cada día se nos hace más largo pues siempre muere alguien a manos de los soldados o del hambre. Todos los días rezamos para no ser nosotros, para que nuestros días no terminen en esta pocilga y para que esta pesadilla acabe y quede en el pasado.
He perdido muchas cosas desde que esto empezó pero al menos conservo algunos amigos, como Milred, una vecina y amiga de la infancia. Afortunadamente en el Guetto también vivimos cerca, así que solemos ir juntas a hacer la colada mientras hablamos.

- ¿Te acuerdas de Christopher Hoffman?.-
Se me secó la garganta y la barriga se me hizo un nudo en el estómago pero conseguí asentir vagamente con la cabeza.

- Pues me he enterado de que lo ascendieron a Cabo, no sé qué habrá hecho para que lo hayan ascendido tan rápido, seguro que es cosa del padre, siempre ha sido muy protector con él...- Milred mencionó, exprimiendo un pedazo de tela que usabamos en la cocina.

- Yo creo saber qué hizo- contesté.
Milred dejó a un lado el pedazo de tela, y se dispuso a escucharme. Desde que tengo memoria, mi amiga era muy cotilla.

Le conté la historia y parecía que los ojos se le iban a salir de sus órbitas.

- No me lo puedo creer. – decía una y otra vez – Pero si ustedes eran íntimos amigos hasta el instituto, ¿cómo puede olvidarlo todo de repente? Y encima por un maldito brazalete con una maldita estrella.

- Supongo que la guerra cambia a la gente.
Zanjando el tema pasaron los mellizos corriendo jugando a que eran aviones, tan felices como siempre como si nada de todo aquello estuvise pasando. Nosotras los miramos con envidia mientras terminábamos de lavar la ropa. Y ya no nombramos más su nombre, cosa que agradecía pues cada vez que escuchaba su nombre la rabia me invadía y los moretones parecían latir con vida propia.

viernes, 14 de agosto de 2009

Prólogo

CHRISTOPHER

 Desperté esa mañana algo confundido. No se si la rutina ya había acabado con mis ánimos ó solo había tenido un mal sueño, el cuál no recordaba. Me parecía imposible no recordar absolutamente nada de lo que soñara. ¿Cómo es qué todos cuentan lo interesantes, y abstractos que eran sus sueños, y yo me limitaba a solo escuchar?  De qué tenía pésima memoria, estaba seguro. Pero el tema de los sueños, siempre fue tan fascinante, pero tan inalcanzable a su vez. Yo creo que soñar es una virtud, pero yo no la poseo en lo más mínimo. Pero por más que yo quiera alardearle al mundo que he soñado, nunca me inventaría un sueño. Solo un fracasado lo hace, y yo - Christopher Hoffman - no soy ningún fracasado.

Me mantuve quieto al pie de mi cama, análizando los pensamientos anteriores. Recordé el momento más decisivo de mi vida: elegir una profesión.
De chico quería ser dibujante, pero mis padres decían que era demasiado apuesto como para morir de hambre. Años más tarde, murió mi madre tras un fallo en su corazón. Padre decidió que era tiempo irnos a otro lugar, y un 13 de Febrero abandonamos Berlín. Dejé atrás a los pocos amigos que tenía, aún pensativo por ser huerfano de madre. Me senté una noche a escribir sobre mis sentimientos y curiosidad ante su muerte. Entonces supuse que quería ser escritor. Mi padre leyó mis poemas y demás, y con una extraña expresión, me mandó a jugar soccer.
 Desde entonces, me vi atado al deporte. Olvidé mis deseos a ser dibujante y escritor, y me uní al ejército, cuando Alemania estaba en su oscura época. Y ahora yo, el soldado alemán, estaba pasando por esos momentos en los que me preguntaba ¿Quién soy en verdad? Pareciera que yo en verdad me engañara a mi mísmo cuando decía que ser soldado era un privilegio - y además era mi pasaje a la vida -  y por más que intentara verle el lado bueno, me sentía fastidiado por jugar con armas y hacerse el rudo frente a la gente. Pero solo me quedaba complacer a la gente que era superior a mi, justo como mi padre.

Cerré los ojos tras un inmenso dolor de cabeza, y al abrirlos, me ví en otro lugar. Tenía en mis manos, moradas y congeladas, una taza de café. Trataba de integrarme en la conversación del soldado Zimmerman sobre el extraño sueño en el qué encontraba un tesoro. Unos siete soldados estaban presentes, frente al despacho del Teniente Ballack.

- Entonces jale duró, y mil monedas de oro puro cayeron sobre mi.-

Zimmerman tenía una manía con el valor del dinero. Siempre esperaba recibir lo más lujoso y de mayor precio. Cenaba de la mejor carne, y cuando no vestía su uniforme, vestía elegante. No era extraño escuchar sueños y anecdotas sobre dinero proveniendo de él.

- Tú y tus cosas.- mencionó otro soldado, y comenzó a reir al escuchar como finalizaba el sueño.

En eso, vi pasar a una judía tomada de la mano con un niño pequeño. La joven tenía piernas delgadas y llenas de hematomas que resaltaban, pues, su piel era bastante pálida. Volteó a verme, era bastante bella, y fue cuando supe de quién se trataba.

- ¡Judía! baja de la acera, los judios solo pueden usar la carretera.-  uno del grupo menciono con tono amenazador. Pero la chica no se movió, y siguió caminando por la acera, ignorando las ordenes del soldado.

- Puta, judía tenía que ser- el soldado tomó una piedra bastante grande, y la lanzó con fuerza. Esta golpeó la cabeza de la chica, ocasionando su caída al suelo.

No dudé en correr a ayudarla, la tomé de sus brazos e hice a un lado el cabello que ocultaba su rostro.

¿Naomi? ¿era mi antigua compañera de clases, la qué estaba tirada frente a mí?
La chica abrió sus ojos, y congelada, me miró fijamente. Deseé poder abrazarla, pero entonces recordé que yo era el aléman, y ella la judía. Mis compañeros me veían sosprendidos, y el Teniente salía de su despacho.

No me quedaba otra.. más que atacarle.

- ¡Judía estúpida!.- comenzé a golpearla violentamente, la arrastré unos metros más cerca de los demás soldados, y estos no tardarían en golpearla.

Sentí un vació en mi estómago. Me sentía impotente, pues no podía detener mis brazos y dejar de golpearla. Quería llorar, pues aunque Naomi no emitiera sonido alguno de dolor, lo veía en sus ojos. Sus ojos eran tan expresivos desde que tengo memoria. Aunque al morir mi madre tuve que irme de Berlín, ella quedó inconsientemente en mi corazón. Y ahora qué había regresado, me veía golpeandole.

- Suficiente, ya debió aprender su lección.- el Teniente intervino, no sin antes escupirle en el ojo. - Hoffman, venga conmigo. Ustedes suban al auto.-

Los soldados intercambiaron miradas complices, que despues terminaron en mí.

- Buenas suerte Hoffman.- Zimmerman miro atrás, y rió. Ví como los demás se montaban sobre el automovil, y como Naomi y el chico que la acompañaba se añejaban lentamente.

- Hoffman, ¿acaso conocías a la chica?.-

- No.- negué con la cabeza, manteniendo mi cuerpo firme y con la cabeza en alto.

- Aún eres muy joven cómo para entender bien como es ser un soldado ejemplar, y se qué es difícil mantener a los judios en orden. No importa si fueron tus amigos, debes acabar con la plaga de una vez por todas. Acabar con los Schwartz, Stern, Schneider, Weis... ¡los que sean! ¿Estas conmigo Christopher?.-

El teniente Ballack era buen amigo de mi padre. Me resultaba imposible decirle no, pues cualquier cosa que hiciera, se la comunicaba a mi padre. Capaz le resultaría cobarde a ciertas personas, pero yo solo buscaba complacer a los demás.

- Sí señor.-

- Vamos hijo.- El teniente me tomó del hombro, y me acompañó hasta el interior del auto. Ya dentro, miré atrás, en busca de Naomi. Pero no encontré señal de ella.

jueves, 13 de agosto de 2009

Prólogo

NAOMI
Hacía un tiempo que el caos había llegado a la ciudad de Berlín. De repente la gente ya no se dividía entre ricos y pobres sino que ahora se separaba a las personas por ser alemán o judío. Ya podías ser el judío más rico que, en aquellos momentos, el alemán más pobre valía más que él.

Todos los judíos vamos marcados, debemos llevar un brazalete con la estrella de David en el brazo derecho. Los soldados alemanes nos humillan, escupen y nos golpean cuando pasamos por su lado, para ellos es un juego pero para nosotros se ha convertido en una tortura.

Lo más triste es que estos tiempos también ha cambiado a las personas, los que antes eran severos conmigo ahora son amables por compartir religión con ese individuo, sin embargo el que antes me sonreían por ser una amiga de la infancia ahora me golpean por ser judía. Eso lo aprendí bien cuando hace dos días iba caminando por la acera y unos soldados me gritaron que me apartara de la acera que los judíos debíamos andar por la carretera. Mi hermano pequeño me miró horrorizado pero yo hice caso omiso a los soldados, no quería que él pensara que era débil. Uno cogió una piedra del suelo y me la tiró, me dio en la cabeza y caí medio inconsciente al suelo. De aquello sólo recuerdo cómo el más alto, antiguo compañero de clase, se acercaba a mí para golpearme, a lo que se unieron los otros militares. Y mi última imagen, antes de perder la conciencia, fue mi hermano agazapado contra la pared, temeroso.

La cuestión es cómo alguien con la que has pasado parte de tu vida puede llegar a olvidar todos esos almuerzos y tantas tardes compartidas y convertirse en alguien tan frío que goza con el sufrimiento que le causa a su compañera de juegos.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Presentación

Ilícito es un proyecto que inició como un escape a nuestro ocio, y qué se materializó con nuestra imaginación. Nosotras, Nasu y Delilah, nos proponemos a escribir esta apasionante historia sobre dos humanos, que por la avaricia y corrupción, se ven separados ante la realidad de un amor imposible. Nuestros protagonistas tratarán de derribar las barreras, aunque deban sacrificar sus vidas.

Esperamos que lo siguiente le sea de su agrado.

Las Autoras
 
Ilícito - by Templates para novo blogger