jueves, 13 de agosto de 2009

Prólogo

NAOMI
Hacía un tiempo que el caos había llegado a la ciudad de Berlín. De repente la gente ya no se dividía entre ricos y pobres sino que ahora se separaba a las personas por ser alemán o judío. Ya podías ser el judío más rico que, en aquellos momentos, el alemán más pobre valía más que él.

Todos los judíos vamos marcados, debemos llevar un brazalete con la estrella de David en el brazo derecho. Los soldados alemanes nos humillan, escupen y nos golpean cuando pasamos por su lado, para ellos es un juego pero para nosotros se ha convertido en una tortura.

Lo más triste es que estos tiempos también ha cambiado a las personas, los que antes eran severos conmigo ahora son amables por compartir religión con ese individuo, sin embargo el que antes me sonreían por ser una amiga de la infancia ahora me golpean por ser judía. Eso lo aprendí bien cuando hace dos días iba caminando por la acera y unos soldados me gritaron que me apartara de la acera que los judíos debíamos andar por la carretera. Mi hermano pequeño me miró horrorizado pero yo hice caso omiso a los soldados, no quería que él pensara que era débil. Uno cogió una piedra del suelo y me la tiró, me dio en la cabeza y caí medio inconsciente al suelo. De aquello sólo recuerdo cómo el más alto, antiguo compañero de clase, se acercaba a mí para golpearme, a lo que se unieron los otros militares. Y mi última imagen, antes de perder la conciencia, fue mi hermano agazapado contra la pared, temeroso.

La cuestión es cómo alguien con la que has pasado parte de tu vida puede llegar a olvidar todos esos almuerzos y tantas tardes compartidas y convertirse en alguien tan frío que goza con el sufrimiento que le causa a su compañera de juegos.

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