viernes, 14 de agosto de 2009

Prólogo

CHRISTOPHER

 Desperté esa mañana algo confundido. No se si la rutina ya había acabado con mis ánimos ó solo había tenido un mal sueño, el cuál no recordaba. Me parecía imposible no recordar absolutamente nada de lo que soñara. ¿Cómo es qué todos cuentan lo interesantes, y abstractos que eran sus sueños, y yo me limitaba a solo escuchar?  De qué tenía pésima memoria, estaba seguro. Pero el tema de los sueños, siempre fue tan fascinante, pero tan inalcanzable a su vez. Yo creo que soñar es una virtud, pero yo no la poseo en lo más mínimo. Pero por más que yo quiera alardearle al mundo que he soñado, nunca me inventaría un sueño. Solo un fracasado lo hace, y yo - Christopher Hoffman - no soy ningún fracasado.

Me mantuve quieto al pie de mi cama, análizando los pensamientos anteriores. Recordé el momento más decisivo de mi vida: elegir una profesión.
De chico quería ser dibujante, pero mis padres decían que era demasiado apuesto como para morir de hambre. Años más tarde, murió mi madre tras un fallo en su corazón. Padre decidió que era tiempo irnos a otro lugar, y un 13 de Febrero abandonamos Berlín. Dejé atrás a los pocos amigos que tenía, aún pensativo por ser huerfano de madre. Me senté una noche a escribir sobre mis sentimientos y curiosidad ante su muerte. Entonces supuse que quería ser escritor. Mi padre leyó mis poemas y demás, y con una extraña expresión, me mandó a jugar soccer.
 Desde entonces, me vi atado al deporte. Olvidé mis deseos a ser dibujante y escritor, y me uní al ejército, cuando Alemania estaba en su oscura época. Y ahora yo, el soldado alemán, estaba pasando por esos momentos en los que me preguntaba ¿Quién soy en verdad? Pareciera que yo en verdad me engañara a mi mísmo cuando decía que ser soldado era un privilegio - y además era mi pasaje a la vida -  y por más que intentara verle el lado bueno, me sentía fastidiado por jugar con armas y hacerse el rudo frente a la gente. Pero solo me quedaba complacer a la gente que era superior a mi, justo como mi padre.

Cerré los ojos tras un inmenso dolor de cabeza, y al abrirlos, me ví en otro lugar. Tenía en mis manos, moradas y congeladas, una taza de café. Trataba de integrarme en la conversación del soldado Zimmerman sobre el extraño sueño en el qué encontraba un tesoro. Unos siete soldados estaban presentes, frente al despacho del Teniente Ballack.

- Entonces jale duró, y mil monedas de oro puro cayeron sobre mi.-

Zimmerman tenía una manía con el valor del dinero. Siempre esperaba recibir lo más lujoso y de mayor precio. Cenaba de la mejor carne, y cuando no vestía su uniforme, vestía elegante. No era extraño escuchar sueños y anecdotas sobre dinero proveniendo de él.

- Tú y tus cosas.- mencionó otro soldado, y comenzó a reir al escuchar como finalizaba el sueño.

En eso, vi pasar a una judía tomada de la mano con un niño pequeño. La joven tenía piernas delgadas y llenas de hematomas que resaltaban, pues, su piel era bastante pálida. Volteó a verme, era bastante bella, y fue cuando supe de quién se trataba.

- ¡Judía! baja de la acera, los judios solo pueden usar la carretera.-  uno del grupo menciono con tono amenazador. Pero la chica no se movió, y siguió caminando por la acera, ignorando las ordenes del soldado.

- Puta, judía tenía que ser- el soldado tomó una piedra bastante grande, y la lanzó con fuerza. Esta golpeó la cabeza de la chica, ocasionando su caída al suelo.

No dudé en correr a ayudarla, la tomé de sus brazos e hice a un lado el cabello que ocultaba su rostro.

¿Naomi? ¿era mi antigua compañera de clases, la qué estaba tirada frente a mí?
La chica abrió sus ojos, y congelada, me miró fijamente. Deseé poder abrazarla, pero entonces recordé que yo era el aléman, y ella la judía. Mis compañeros me veían sosprendidos, y el Teniente salía de su despacho.

No me quedaba otra.. más que atacarle.

- ¡Judía estúpida!.- comenzé a golpearla violentamente, la arrastré unos metros más cerca de los demás soldados, y estos no tardarían en golpearla.

Sentí un vació en mi estómago. Me sentía impotente, pues no podía detener mis brazos y dejar de golpearla. Quería llorar, pues aunque Naomi no emitiera sonido alguno de dolor, lo veía en sus ojos. Sus ojos eran tan expresivos desde que tengo memoria. Aunque al morir mi madre tuve que irme de Berlín, ella quedó inconsientemente en mi corazón. Y ahora qué había regresado, me veía golpeandole.

- Suficiente, ya debió aprender su lección.- el Teniente intervino, no sin antes escupirle en el ojo. - Hoffman, venga conmigo. Ustedes suban al auto.-

Los soldados intercambiaron miradas complices, que despues terminaron en mí.

- Buenas suerte Hoffman.- Zimmerman miro atrás, y rió. Ví como los demás se montaban sobre el automovil, y como Naomi y el chico que la acompañaba se añejaban lentamente.

- Hoffman, ¿acaso conocías a la chica?.-

- No.- negué con la cabeza, manteniendo mi cuerpo firme y con la cabeza en alto.

- Aún eres muy joven cómo para entender bien como es ser un soldado ejemplar, y se qué es difícil mantener a los judios en orden. No importa si fueron tus amigos, debes acabar con la plaga de una vez por todas. Acabar con los Schwartz, Stern, Schneider, Weis... ¡los que sean! ¿Estas conmigo Christopher?.-

El teniente Ballack era buen amigo de mi padre. Me resultaba imposible decirle no, pues cualquier cosa que hiciera, se la comunicaba a mi padre. Capaz le resultaría cobarde a ciertas personas, pero yo solo buscaba complacer a los demás.

- Sí señor.-

- Vamos hijo.- El teniente me tomó del hombro, y me acompañó hasta el interior del auto. Ya dentro, miré atrás, en busca de Naomi. Pero no encontré señal de ella.

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