sábado, 15 de agosto de 2009

Día a Día

NAOMI

Hoy parece un día tranquilo, creo que los soldados tienen frío y por eso no salen de su maldita guarida. Yo también lo haría, lleva dos días nevando sin parar y la temperatura parece descender por minuto. Sin embargo, el día no lo oscurece sólo las nubes sino el humo de incendios. Además el aire está plagado de gritos y el rugido de armas y granadas.

Lo que daría yo ahora mismo por una chimenea y poder olvidarme de todos los problemas, pero nosotros lo único que tenemos son disgustos: el otro día mi abuelo pensaba que estaba en nuestra casa de campo, salió a la calle y fue a hablar con unos soldados, lo que le costó una paliza por parte de ellos. Mi madre cuando lo vio llegar a casa rompió en llanto. Nunca había visto llorar a mi madre pero, desde que llegamos al Guetto, llora casi a diario. Ha cambiado, casi todos hemos cambiado, lo únicos que siguen igual son los mellizos. Siguen igual de activos, en realidad son la luz en tan oscuros momentos, ellos nos hacen olvidar que mi hermano no ha conseguido vender queso alguno, que no nos queda casi dinero y que nos alimentamos a base de sopa y papas.

Mi padre nos cuenta sus batallitas de cuando estaba en el ejército con ojos soñadores, pero nunca nombra cómo quedó lisiado de su pierna izquierda. Sin embargo, la mayoría del tiempo la pasamos pegados a la radio, intentando enterarnos de cómo va la guerra ahí afuera.

Este es nuestro día a día, luchar contra el frío, la impotencia y la rabia. Cada día se nos hace más largo pues siempre muere alguien a manos de los soldados o del hambre. Todos los días rezamos para no ser nosotros, para que nuestros días no terminen en esta pocilga y para que esta pesadilla acabe y quede en el pasado.
He perdido muchas cosas desde que esto empezó pero al menos conservo algunos amigos, como Milred, una vecina y amiga de la infancia. Afortunadamente en el Guetto también vivimos cerca, así que solemos ir juntas a hacer la colada mientras hablamos.

- ¿Te acuerdas de Christopher Hoffman?.-
Se me secó la garganta y la barriga se me hizo un nudo en el estómago pero conseguí asentir vagamente con la cabeza.

- Pues me he enterado de que lo ascendieron a Cabo, no sé qué habrá hecho para que lo hayan ascendido tan rápido, seguro que es cosa del padre, siempre ha sido muy protector con él...- Milred mencionó, exprimiendo un pedazo de tela que usabamos en la cocina.

- Yo creo saber qué hizo- contesté.
Milred dejó a un lado el pedazo de tela, y se dispuso a escucharme. Desde que tengo memoria, mi amiga era muy cotilla.

Le conté la historia y parecía que los ojos se le iban a salir de sus órbitas.

- No me lo puedo creer. – decía una y otra vez – Pero si ustedes eran íntimos amigos hasta el instituto, ¿cómo puede olvidarlo todo de repente? Y encima por un maldito brazalete con una maldita estrella.

- Supongo que la guerra cambia a la gente.
Zanjando el tema pasaron los mellizos corriendo jugando a que eran aviones, tan felices como siempre como si nada de todo aquello estuvise pasando. Nosotras los miramos con envidia mientras terminábamos de lavar la ropa. Y ya no nombramos más su nombre, cosa que agradecía pues cada vez que escuchaba su nombre la rabia me invadía y los moretones parecían latir con vida propia.

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